sábado

63.

Me acostumbré a los lujos, a la buena vida, a que me llevaran el desayuno a la cama, a devorarte al alba entre las sábanas, y ahora que no estás me he de conformar con pensarte hasta caer rendido, hasta que la lluvia de mis ojos empapa mis cuadernos y las letras se esfuman con mayor rapidez que mis recuerdos. Me acostumbré a tu presencia, a tus malas caras, tus buenos ratos, tus despertares, tus idas y venidas. Me acostumbré a observarte en silencio hasta que tus párpados pesaban y tu mirada se apagaba, y tu cabeza se posaba en mi pecho, y tenía el olor de tu pelo directo en mi olfato y tus brazos entre los míos, y de verdad que eso no se puede escribir en ningún poema, porque ni la más bonita de las poesías reflejaría ni la mitad de la belleza del momento. Me acostumbré a escribirte, a disfrazarte de versos, a esconderte en mi boca y a llevarte camuflada en mi sonrisa. Y cuando te acostumbras a esos pequeños placeres, para después caer en la cuenta de que son efímeros e irreales y que tarde o temprano te serán arrebatados, comprendes que toda esa movida del Carpe Diem que tan de moda está nunca había tenido tanto significado como ahora.

2 comentarios:

  1. Y que digo ahora, que cuanto más leo más absurdas parecen mis palabras en comparación. Eres genial.

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    1. Una vez más, muchísimas gracias por estas palabras, Iván

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