jueves

47.

Y cuando me decía que mi rutina con él dentro quedaría más bonita y menos fea, que viene a ser lo mismo pero con un poco más de sonrisa. Y para entender esto debes saber muy bien cómo es una rutina (o una ruina, que es casi igual) de verdad.
Como el arte, que aunque no lo entiendas te hace sentir escalofríos por su belleza y sonreír por su dulzura, o su arrogancia, o su carisma, o su armonía. O porque a veces el arte simplemente tiene unos ojos que te matan. No lo sé. Pero yo, partidaria de dejarme llevar cuando encuentro un poco de poesía entre los hierbajos, quise que entrara. Y de qué manera, que todo quedó destruido, reducido a nada, como cuando terminas de leer un libro maravilloso y te sientes vacío, que todo te sabe a poco. La música paró y no tuvimos de qué más escribir, pero aseguro que las ganas de mirar al cruzar son infinitas. Aunque ya nunca lo hago.
Y qué bonito era cuando el café se enfriaba y nosotros seguíamos bailando, cuando afuera llovía y dentro ardíamos. Cuando peleábamos y ya no nos queríamos besar. Qué ilusos. Pero qué bonito.
Había que ser valiente para decirle que no a esos ojos. Por no hablar de la de deudas pendientes que aún tengo con su espalda... Y las ganas que tenía de que le jodiera la vida. Debía de ser eso, ¿qué motivos tendría alguien si no para dejarse hacer cuando le despeinaba y le decía que así estaba menos feo? Pero cuando sonreía de verdad, con esos ojitos achinados, los hoyuelos que se le formaban en las mejillas eran otra historia aparte. Casi cabía todo mi mundo en ellos. Eran perfectos para llenarlos de besos y de versos y de más besos. Los besos no podían faltar.
Aunque ahora recuerdo los lunares de su cuello como algo lejano, porque llegó el tornado de después de las tormentas disfrazado de musa, y se fue con él.
Pero al menos seguimos soñando bajo la misma luna.

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