domingo

48.

Casi acariciaba las teclas del piano, con esa suavidad y dulzura que ponía en cada gesto, con esa elegancia innata.
Ella le miraba. Miraba sus manos, danzando por el teclado, presionando cada tecla con cuidado, haciendo que las notas bailen juntas y hagan magia. Miraba sus ojos, brillantes, elocuentes, ansiosos. Veía su alma a través de su mirada, veía la felicidad y el entusiasmo que desprendía con cada melodía que sonaba en esa sala, veía la rabia y el fragor de todas las batallas que se libraban en su interior. Veía la belleza de esa vida llena de maldades transformada en música.
Ella le miraba y veía todo un mundo en su interior.
Ellos le miraban y sólo veían piel.

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