sábado

37.


Estoy escribiendo esto en el sobre de la última carta que me escribiste; lo encontré bajo un montón de libros ajados y andrajosos, en aquel baúl maloliente en que íbamos guardando nuestros recuerdos.
Más de diez inviernos hace ya que me dejaste, aunque déjame decirte que no olvido tu fragancia, ni tu manera de caminar, ni los hoyuelos en lo más bajo de tu espalda, en el límite de lo prohibido.
Te escribo esto para disuadir el dolor que clavaste en mi pecho al marcharte, para matar el tiempo que me queda tras pasar las noches en vela pensando en el maldito día que te conocí, pero quizá aún no se haya inventado un antídoto suficientemente efectivo como para borrar tu nombre de mi nuca y dejar que tu sonrisa se esfume por completo.
Que a lo mejor ni París es tan bonito, ni Roma está tan rota, que puede que deba quemar tu foto, pero chica, prefiero creer que algún día nos podemos cruzar por casualidad. Que ya es difícil dejarme sin palabras, pero más difícil es levantarse de la cama cuando las sábanas ya no están impregnadas del sonido de tus gemidos.
No sé a dónde quiero ir a parar con todo esto, pero la botella se me está acabando y en mis pupilas cabe todo un ejército de soldados que sigan luchando toda esta guerra por mí, que ya se me terminan las ganas de seguir peleando por algo que se fue hace mucho.

2 comentarios:

  1. Pelearé por ti y por cada verso que no es más que la munición de una guerra entre la poesía y la sociedad que nos margina.

    ResponderEliminar