martes

15.

Y es que yo no sonrío porque siempre esté feliz, sino porque no me apetece darle al mundo mi cara mas triste. Aunque parezca mentira, yo también soy de carne y hueso; yo también necesito llorar de vez en cuando; yo también me oculto en ocasiones tras una falsa sonrisa, como esas veces que posamos de mala gana para las fotos. Porque todos pasamos por eso, todos sabemos como se siente cuando estás rodeada de gente, pero sin embargo te encuentras sola. En esos casos, lo que suelo hacer yo es salir  a toda hostia del lugar en el que esté, sin despedirme de nadie, sin dar explicaciones, sin hacer nada más que correr a algún lugar en que no me vea nadie. Entonces, ya sola, me tapo con la capucha, rodeo las piernas con los brazos, apoyo la cabeza en las rodillas y empiezo a llorar. No un llanto falso, como cuando lloras para fingir que estás muy enferma y librarte del instituto, sino un llanto verdadero, el más fuerte, alto y estruendoso que tenga. Porque es bueno desahogarnos, sacar fuera toda la mierda que tengamos dentro. No importa que te empapes las mejillas, que se te corra el rimel, que tu nariz se tiña de rojo y que por tus ojos parezca que vienes de una fiesta de madrugada, llena de alcohol, tabaco y drogas. No importa, eso es bueno. Si lloras por él, es aún mejor: eso es que te importa.

2 comentarios: