martes

70.

Más de mil veces pensé 
-o más bien no pensé- 
en llamarte 
cuando iba con unas copas de más. 
Tan fácil parecía devolverte a mis pesadillas, 
tan fácil me resultaba regresar a tu desorden, 
mi amor... 
Después, 
a la mañana siguiente 
siempre pensaba lo mismo; 
la soledad y el silencio son cosas maravillosas, 
cosas que cuando una persona respira a tu lado 
no puedes apreciar. 

Resultaba bonito verte despertar 
y dejarte amar, 
era mágico verte caer rendida al ocaso 
y espectacular 
cada vez que tu mano se encontraba con mi mano 
y luego ya no nos encontrábamos. 

Pero ahora las puestas de sol 
son peculiares vistas desde esta perspectiva, 
las idas y venidas de las mareas 
consiguen que la vida parezca insignificante, 
el vaho de la ducha 
me impide ver más allá de mi propio reflejo 
y la rutina de esa mesa del bar que soliamos compartir 
ahora está decorada con botellas de martini y vodka. 

Y todo eso 
me incita a pensar que siempre hay una nueva vida. 
Que cuando el sol se marcha 
llega la noche; 
que después de una ola que rompe en las rocas 
siempre llega una segunda, 
y una tercera; 
que el vaho del cristal 
siempre se evapora y se ve la realidad; 
y que lo que antes era nuestra parcela de felicidad 
ahora es la de montones de personas 
que van a derrochar su vida frente a una botella. 
Que lo que antes era negro 
ahora puede ser de un blanco inmaculado 
y que lo mismo que hace un par de otoños me aterraba 
ahora puede volverme loco. 
Que esto es un juego de aventuras 
al que nosotros no elegimos jugar, 
que ya desde que entramos estamos heridos de muerte, 
como una partida de póquer 
donde a veces puedes ganar 
y otras perderlo todo 
por una mala jugada del azar. 
Que nosotros somos simples peones, 
nos tocará jugar miles de partidas 
donde no elegiremos nuestro destino 
y apreciaremos la suerte 
en su máximo esplendor. 

Por eso yo 
prefiero jugar mi partida
a dejarme derrotar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario