miércoles

53.

Qué bonita parecía la soledad cuando no la tenía, qué bonita estabas cuando te dejabas ser tú misma y sonreías, sin piedad por la de gatos que se quedaban colgados de tu magia. Lo único que aumentaba eran las noches de piano y violín y los fuegos artificiales y mis ganas de hacerte el amor, con el abismo de tus caderas difícil era remediar la incertidumbre. Y yo ya no sé cómo deshacerme de tus gestos, ni de tu locura, ni de tu mirada feroz, que mataba solo con imaginarla: contigo el vacío incluso sonaba necesario. Mi cordura despareció antes que mi esperanza y después de mi ilusión, casi a la vez que la oportunidad de resolverte. Aquella tarde en que te marchitaste cuando la rutina te rozó. Tan imprevisible como siempre: aquí sigues.

No hay comentarios:

Publicar un comentario